"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Nota informativa

Supongo que si estás leyendo esto es porque ahora estoy rodeada de nieve y de lluvia, viviendo en una ciudad bajo cero y a bastantes kilómetros de ti (por ahora). No estoy cerca (físicamente hablando) pero no me he ido. No me voy a ir de ti. 

Tienes que saber que voy a volver, voy a bajar al sur y me voy a quedar allí. Contigo, digo. Voy a encontrar mi norte y volveré al sur (aunque ya me dirás tú cómo encuentro el norte si tú vas a estar en el sur, un lío). No me gustan las promesas porque cuando las personas estamos felices y hacemos promesas, no pensamos bien en las consecuencias y al final todo termina siendo una catástrofe; pero haré una excepción. Una única excepción: prometo volver a ti y contigo y prometo echarte de menos todos los días hasta que te recoja en la estación. 

En realidad esto es sólo una nota informativa programada para que comience una cadena de historias que hablan sobre ti. Historias escritas sobre ti (en un sentido figurado y no convencional porque sobre ti nunca he escrito. Sobre tu piel, quiero decir). Me gusta porque la cadena empieza aquí pero no sé dónde termina, todavía ni siquiera termina. No va a tener final, van a ser muchos principios unidos. 

Te explico en qué consiste todo esto. 

Cuando abras el blog, encontrarás una lista de etiquetas a tu izquierda (Azul, Fluorescent Adolescent, Héroes de Guerra...). Bien, a partir de la primera entrada (que será el jueves 11) aparecerá Hiroshima, mon Amour (la primera)Si accedes a esa etiqueta te irás encontrando (poco a poco) textos que hablan sobre ti o sobre nosotros o quizás sólo te nombro en una parte del texto pero, de alguna manera, estás presente. 

Importante: voy a dejar cada entrada programada para que no puedas leer más de una al día. Cada X días te meterás aquí y abajo podrás ver cuándo sale la próxima. Las programo para que bajo ninguna circunstancia puedas leer dos seguidas. Sé que podría fiarme de ti pero así es más entretenido. Está totalmente prohibido que entres a leer antes de las 23:00 horas. Totalmente-prohibido. Sólo puedes leer entre las 23:00 y las 06:00 horas. Tiene que ser siempre de noche y preferiblemente antes de irte a dormir (pero esto es más complicado). No sé tus planes nocturnos de cada día hasta que volvamos a vernos (lógicamente), así que si una noche no puedes leerlo no pasa absolutamente nada. Sólo tienes que esperar a la próxima noche y todo perfecto. 

Que por qué eres Hiroshima. Sinceramente, no termino de entenderlo. Hablamos de la película, decidí verla, poco después te la pusieron en clase y para mí fue una de esas casualidades que nunca entenderé pero que me gustan mucho. En la película ella no para de repetir "tu me fais du bien" y realmente me haces bien. Poco más. Te quedaste siendo Hiroshima y mon Amour (sí, con mayúsculas). De todas formas, ya lo entenderás.

Casualidad o causalidad, yo qué sé. Jueves, 11 de septiembre de 2014.
Eres humo y eres sí. Miércoles, 17 de septiembre de 2014.
Dos galaxias. Domingo, 21 de septiembre de 2014.
Cartas a Irene. Miércoles, 24 de septiembre de 2014.
Habitarte. Sábado, 27 de septiembre de 2014.
Como cuando ves a tus padres y te quieres meter en su historia. Viernes, 3 de octubre de 2014.
Mi Amor. Jueves, 9 de octubre de 2014.
Extracto de. Lunes, 13 de octubre de 2014.
Av. s/n. Sábado, 18 de octubre de 2014.
Versiones. Martes, 21 de octubre de 2014.
«Felicidad en estado puro». Viernes, 31 de octubre de 2014.

Vuelvo pronto.

PD: las fechas no son totalmente definitivas y pueden sufrir algún cambio, aunque no lo sé. Nunca se sabe. 

jueves, 14 de agosto de 2014

Hay llenos más grandes que los vacíos

Nunca entenderé esa estúpida costumbre que tiene la vida de poner en nuestro camino a personas increíbles que un día, sin darnos cuenta, dejan de estar. Por qué. Por qué algunos se van y no vuelven. Teníamos catorce años y creíamos que íbamos a estar toda la vida así, sin movernos, como si la vida fuera eso y nada más. Más de seis años después no estamos. Está lejos. Muy lejos. Tuvo que volver. No se fue, volvió. Cuando llegó a mí fue cuando se estaba yendo. Cuando se fue de mí, estaba volviendo. Odié que volviese. Hace poco fue su cumpleaños y no cruzamos más de dos palabras. No culpo a nadie. Simplemente no nos esforzamos en que ocurriese. Supongo que todo consiste en eso: en esforzarse. Esforzarnos por permanecer, por no dejar que se rompa, por no dejar que nos quebremos. Empezamos a romper los hilos y parece ser que nos gustó más romperlos que coserlos. Tenemos una facilidad extraña para romper lo que construimos (¡y lo que nos gusta!). Aun así sigo sin entenderlo. Tienen que terminar las historias para que lleguen otras nuevas (y menos mal) pero por qué. Por qué no puede ser todo. Por qué no podemos estar como en la foto, de la mano y creyendo que los años que venían serían así. Nada fue así. 

Permanecer.

Cuando eres pequeño no te imaginas que las personas que te rodean un día dejarán de ser, de estar, de quedarse. Dejarán. Así, en general. Cuando creces sigues sin entenderlo. ¿Quién lo entiende? Sólo hay que aprender a dejar que las personas se vayan y tenemos que aprender a retirarnos. Hay veces que tenemos que irnos nosotros o dejar ir. Soltar a las personas. Como si fueran pájaros enjaulados que ya tienen que comenzar su nueva vida fuera de las rejas. A veces somos las rejas y los demás sólo son golondrinas que necesitan volar de nosotros. No lo veo tan horrible. De hecho no es horrible, piénsalo al revés. Cuando somos nosotros los enjaulados que necesitan volar. Es bonito cuando conseguimos alejarnos de aquello que nos retiene y no nos deja seguir. Como una fuerza mayor que quiere hacernos permanecer cuando ya nada existe. Ni siquiera existimos. Se puede dejar de existir. De verdad, claro que se puede. 

Existir. 

Existimos cuando somos especiales para otra persona, para mí eso es existir. Existir sin ser especial es como no existir. Es ser nada. Un trozo de nada que tampoco sé muy bien lo que es. Algo blanco o negro. Del color que tú quieras. Un día crecimos y dejamos de existir y he olvidado la mitad de los nombres de las personas que me han hecho que esté aquí. La otra mitad me habrá olvidado a mí. Y está bien, qué más da. He llegado a sentir alivio cuando he dejado que algunas personas se fueran. Dolía y aliviaba. Creo que no sería capaz de explicarlo con cierta lógica. 

Hay veces que una ausencia duele tanto que ni todas las personas juntas del mundo serían capaces de llenar ese vacío. Duele tanto que pincha. Pincha la parte izquierda del pecho. Pequeñas punzadas que no dejan respirar. Cuanto más fuerte respires, más duele. Hay vacíos que no se llenan nunca. Aprendemos a vivir con ciertos vacíos que un día dejamos de notar por costumbre, pero están ahí. Si nos hicieran una radiografía del corazón veríamos vacíos imposibles de llenar. Pequeños agujeros sin huecos, veríamos lo que hay detrás de nuestra espalda. Agujeros que nos atraviesan. Como si faltase parte de nuestro cuerpo. Algunas personas se empeñaron en dejar sus huellas en nosotros y ahora parece que tenemos quemaduras. Quemaduras preciosas que dejan de escocer con el paso de los días. Ningún dolor dura eternamente. Ni siquiera la mayor ausencia de nuestra vida. El mundo se nos muere un poco cuando alguien imprescindible se va. El mundo se pone un poco enfermo, con cada ausencia se pone más enfermo. Poco a poco. Las enfermedades lentas son insoportables. Un día se muere, cuando llega nuestra propia ausencia. Llegué a vivir convenciéndome a mí misma de que nadie es imprescindible, como si pudiésemos vivir con la falta de cualquier persona. Realmente lo creí. Y, bueno, en parte es cierto. Podemos vivir sin personas base pero no podemos existir y ya me dirás tú para qué queremos vivir sin existir. El mundo se enferma poco a poco. Y se cura. Os juro que se cura. De verdad. Un día llega alguien. Una persona pieza. Las personas pieza son las que encajan perfectamente, per-fec-ta-men-te. Como si al nacer fueseis de la misma masa. Hay tantas personas pieza como tú quieras. De repente llega esa pieza, esa forma exacta a tu forma. Un puzzle de personas. No sólo hay vacíos, también hay llenos más grandes que los vacíos. Y los llenos son las mejores sensaciones. Así formamos la casa y nos habitamos, poco a poco. Con las personas base y las personas pieza. Pequeños arquitectos de nosotros mismos. 

Es insoportable el vacío que dejan algunas personas, las huellas dibujadas en nuestra piel, el olor a quemado.
Pero es increíble cuando nos complementan, nos llenan, nos hacen existir. Existir. No hay nada más bonito como hacer existir, como que nos hagan existir. 

Y permanecer.

miércoles, 2 de julio de 2014

Todo se reducía a esto.


A mí tampoco me gusta escribir desde hace un rato, qué más da si prefiero vivir de lo que escriben los demás. Pero hoy es diferente. Aunque nunca lo vais a poder imaginar ni yo voy a ser tan exacta como para que lo podáis comprender. 

Por una vez nos dimos cuenta de quiénes éramos, de que nos habíamos salvado desde el momento en el que soltamos ese saludo con voces adormecidas; nos dimos cuenta a tiempo de que nos necesitábamos. La complicidad en las miradas, las bromas fuera de lugar, las risas dentro de las pequeñas desgracias y las conversaciones de besugos que tanto nos definían. Llegó un día que vivíamos por y para nosotros, bebíamos por y para nosotros y bailábamos como si quemase el suelo. Bailábamos hasta acabar rendidos en la cama sin saber muy bien qué hacíamos allí y qué hora era, y nos daba igual. Nos daba igual celebrar la vida un lunes o un jueves, nos daba igual ser felices los domingos y brindábamos (sin decirlo) porque nos habíamos rescatado de un naufragio que todavía no termino de saber cuándo apareció. Pero se fue. Cuando decidimos encontrarnos, todo lo demás se fue. Y menos mal. 

Incluso las peleas eran riendo, como si la vida fuera eso y lo demás no tuviese la menor importancia (y, de verdad, no la tenía). Hasta el frío de enero era bonito en la terraza de nuestro bar favorito rodeados de cervezas y de vino tinto, las pipas, las patatas y a veces tirábamos la casa por la ventana y comíamos aceitunas. 

Hasta la playa nos echa de menos. 

Y yo, yo también nos echo de menos (y menos mal). 

"Con la única clase de felicidad que iba a salvarme. Con la clase de felicidad que iba a matarme cuando me faltara."

miércoles, 7 de mayo de 2014

"Tenía que pasar y lo comprendo"

Te lo explicaría pero hay situaciones que me vienen tan grandes que puedo conseguir escapar.

Supongo que nunca pensamos que nosotras seríamos como esas personas que un día dejan de ser, sin razones. Dejamos de ser porque así lo quisimos. No, no es que lo quisiéramos es que no hicimos nada por seguir siendo. Nos gustaba más el silencio y que el hielo que quedaba entre nosotras se hiciera más fuerte y resistente. Lo siento. De sentir, de sentir tan dentro de mí que arde. Arder, tiene gracia.

Lo hemos roto tanto todo que he perdido la mayoría de los pedazos por los rincones de la casa y debajo del sofá y no soy capaz de encontrarlos y reconstruirnos. Nos hemos hecho añicos de una manera tan infinita que es imposible pegar los pedazos y quedar como nuevas. Es sentir que algo se ha estropeado y te pincha en el pecho. La historia continúa pero las piezas no encajan. Es como si supiéramos que realmente algo está tan deteriorado que ni con el tiempo mejora.

Quién nos lo iba a decir. Nosotras. Todavía recuerdo cuando hace dos años sentí que te ibas y las paredes de la habitación se me echaban encima y me ahogaba y la ventana estaba rota y no podía respirar tu aire. y me dije "no, no, no, ella no, no. Ella no, por favor" y te hiciste realidad y nos quedamos y permanecimos sin saber que el futuro era peor. Parece que todo tendría que haberse quedado allí y nuestro fin en negro.

Llegamos a un punto del camino en el que las dos supimos que no daba para más, sabíamos que no éramos una y era jodidamente horrible pensarlo. Un puto asco. Una lástima, en realidad. Podría estar escribiendo sobre ti como hace años cuando dejaba grabado que sin ti me sobraba la luna y vivir.

Una vez me contaron que tuviese cuidado pidiendo deseos porque podrían hacerse realidad y qué razón. Se ha cumplido el deseo pero se me olvidó añadir que era para compartir. Quién quiere mil deseos si no se pueden compartir, quién. Nosotras, supongo. Ingenuas.

Lo vuelvo a sentir y no vuelvo a sentirte. Tu base tiene grietas que llegan hasta el techo y lo he intentado arreglar pero no consigue aguantar el peso de los trozos rotos. Tu base no es base. Ni es ni está y es una pena porque te juro que nunca me hubiese imaginado una vida sin ti, sin ti. Sin-ti.

Llegamos a brillar tanto que nos quedamos ciegas y míranos ahora. 

martes, 1 de abril de 2014

Lo que nunca vas a saber.

Lo que desconoces es todo lo que has dejado aquí. Todo lo que dejaste el día que decidiste que ya sobrabas en aquel salón. Si quieres te lo cuento. Si quieres te hablo de todo lo que ha quedado aquí sin ti. De esto sin ti. De todo sin ti. «No sabría decir si triunfó, pero es seguro que no fracasó.» Lo que no supieron aquel día sobre ti es que no sólo no fracasaste, sino que triunfaste. Triunfaste como triunfan los héroes de los héroes, los héroes al cuadrado. Triunfaste como aquellos que hacen tan bien su trabajo que consiguen marcar un antes y un después en la historia. Fuiste el gran hombre de este planeta. 
 «Le habría gustado estar aquí esta tarde. Era sólo un hombre decente que intentó hacer bien su trabajo.»
Lo que no sabes es que al irte se reunieron cientos de personas para escuchar cómo mi héroe personal hablaba de ti, hablaba del trabajo que llevabas haciendo toda tu vida (y toda tu muerte) para que él terminase ahí arriba hablando así de ti. Así, así. Como si fueras unas de esas personas que derriten a los demás con solo mirarlas. ¡Y cómo me derretiste! Lo que tampoco sabes es que cada vez que pienso en ti viene a mi mente la última vez que te miré a los ojos y eran tan profundos que pensaba que me ahogaba. Y me ahogué, me ahogué contigo. Eran tan verdes que podías perderte y no salir de allí jamás. «Tenía la mirada perdida, como si se estuviera apagando y dejando de ver». Te fuiste sin saber que esa fue una de las casualidades que me han pasado que más miedo me dan. Al final va a ser verdad lo que decía J.C. y es que atraemos a las casualidades sin quererlo. Quizás si no hubiese hablado de tu mirada, seguirías aquí. Pero me encanta pensar en ti y ver esa imagen en mi mente, en tu casa, despidiéndonos. Despidiéndonos como nunca más, como siempre. 

Lo que ha quedado aquí sin ti es tan oscuro que da miedo recordarlo. Has conseguido que ella tenga la estúpida manía de decir adiós y no hasta  luego; como si no fuéramos a volver, como si la fuésemos a dejar, como si fuese demasiado tarde para ella. Que quiere irse contigo, con-ti-go. No quiere estar aquí. No-quiere-estar-sin-ti. Y quién querría y por qué iba a querer. Se despide y no te quiere soltar la mano y cuando se queda sola empieza a llorar porque quizás cuando quiere volver a girarse ya no estamos, ya no hay nada, ni siquiera ella. 
«Nos abrazamos. Cuando me fui, no me di la vuelta. Tenía miedo de que ya no nos fuéramos a ver más. Y así sucedió.»
Y así sucediste, sucedisteis.
Murió de amor.
De pena.
De ausencia.
Murió de ti.
Y yo muero de ella.
Quién no.

Lo que nunca vas a saber (porque te fuiste) es que tiene tantas lágrimas en los ojos que ha formado un mar con tu nombre. Comida para uno y sobra un sillón y parte de la cama. La cama está tan vacía que es imposible llenarla con sueños. Es una de esas camas que sólo se llenan si estás tú. Como esos corazones que sólo están completos con una persona, con una base de las que sí resisten. Algo así. Algo así como tú. 

Y ojalá sepas algún día, aunque estés tan lejos que no lo soporte, que todo esto está un poco vacío. Y es normal y lo entiendo y te entiendo, yo a veces también me iría pero volviendo. Aún no has aparecido por la noche para despedirte de mí y no sé cuánto tiempo más voy a esperar. 

"Y es que a pesar de la muerte
de la vida o la suerte.
Yo siempre te querré,
¿no lo ves?"

viernes, 24 de enero de 2014

Nos quiero.

Dejé de llegar tarde cuando ya era tarde.
Apareces esporádicamente como si Madrid estuviese al girar la esquina que está al lado del portal y Madrid, realmente, está tan lejos como tú. Está igual de lejos que el corazón que no se borra, el corazón inolvidable, inoxidable.
Hay momentos que se quedan impregnados en la piel.
Con algunas personas ocurre lo mismo.
Luego están las pieles magnéticas.
Y, por último, las personas imán.
Las personas imán están tan unidas a las pieles magnéticas que ni el espacio entre los planetas podría separarlas. Y menos mal.
"Lo sé porque no lo supe una vez", repites. Y tu eco se repite y por eso lo sé, por las veces que no lo supe. Y lo vuelvo a saber tarde.
Ojalá algún día queráis así. Y con así me refiero a querer como si el mundo se acabase mañana y sólo se te ocurriese pensar en la cama desecha del pasado 7 de febrero. O las deshechas eráis vosotras. Y con así me refiero a dejar huella en el centro de la ciudad o dibujar los caminos con tizas, por si acaso no sabemos volver.
Aunque quién no sabría volver a ti.
Quién.
Siempre esperamos algo. Siempre nos esperamos. Siempre buenas noches.
"Deja de llegar tarde", como si dejases la puerta de la habitación abierta por si un día en vez de llegarte una carta, te llego yo y te escribo, a ti, sobre ti, literalmente.
Nos quiero.
Nos echo de menos.
Y que vuelva a sonar nuestra canción, que ya es veinticuatro.
Tan tú, tan yo.
Tú por mí.
Yo por ti.
Por nosotras.
Porque nos quiero, porque nos echo de menos.
Porque el metro está triste porque ya nadie comparte asiento.
Porque en Malasaña se han explotado todos los globos rojos con forma de corazón.
Y yo no quiero que explotemos.

Siempre buenas noches; sin punto final, por si acaso

lunes, 13 de enero de 2014

Una pena, de esas de domingo.

Lo sé porque no lo supe una vez.
La primera vez, quiero decir. Quién lo iba a saber.
Cuando estás rodeado de esas personas (imprescindibles) nunca te paras a pensar que las vas a echar de menos, quién lo hace, dime, quién. Te limitas a estar ahí y a reírte y qué más da lo que vendrá.
Qué más da quién vendrá.
Un día huyes y cuando giras la vista atrás, no hay nada. Se han esfumado. Dónde estarán. En tu mente, sólo queda ese rincón del cerebro donde archivas todo lo que fue tan importante que no sabes dónde guardar. No puedes borrarlo, no te preocupes. Es como si te digo que borres el mes de abril de tu cabeza, qué tontería. Algo así, no me hagas mucho caso.

Lo sé porque no lo supe una vez.
Cómo iba a volver a saberlo.
Hasta que no tropiezas varias veces no caes en la cuenta de que la eternidad sólo dura unos segundos, qué ironía. Hasta que no se va todo y sólo quedan las fotografías no te das cuenta de que lo deberías haber sabido antes. Deberías haber sabido que nada dura hasta el infinito y que el momento de estar sentado en un bar compartiendo unas cervezas sólo durará el rato que tardes en beberte las cervezas. Deberías haber sabido que las noches cocinando macarrones a las tres de la madrugada sólo durarían eso, el momento de calentar el tomate y fundir el queso. Pero por qué íbamos a saberlo. Por qué íbamos a darnos cuenta si podíamos quedarnos quietos desde las alturas esperando a que esa ola llegase hasta la orilla. Era mucho más fácil así. Siempre nos gustó lo fácil, lo práctico. La facilidad de no esperar y dejar que el tiempo decidiese y decidió. Decidió tanto que ahora estamos más apartados de lo que jamás lo habríamos imaginado.

Lo sé porque no lo supe una vez.
Lo sé porque cuando ya te has caído varias veces es imposible no saberlo.
Tienes mensajes luminosos por toda tu mente que te indican que lo sabes, que esta vez sí o eso espero. O eso esperamos. ¿Cómo no lo vamos a saber ahora? Ahora. Tiene gracia. Nuestro ahora sí que es eterno. Lo sé porque sí, porque lo sé. Porque es fácil saber que sólo quieres quedarte en ese banco mirando a la gente pasar mientras se fuman su cigarro de las 15:20, el último y nos vamos. El último de esa hora, se refieren. Es fácil saber que lo sabes cuando te duelen los abdominales porque no sabes para de reír o porque el pecho te va a explotar cuando os volváis a cruzar. Qué tontería.

Han dejado de escucharnos, los de ahí arriba. Es una pena, de esas de domingo. Hemos soltado tantos sueños que hay atasco y ya no llegan los mensajes y aquí estamos sin saber qué hacer ni a dónde ir.

Lo sé porque una vez no lo supe.