"«Amor verdadero y grandes aventuras», yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. ¡Tú mataste a mi padre; disponte a morir!»
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad."
La princesa prometida.

lunes, 25 de febrero de 2013

Serendipity.

Y al final, todas las señales conducían a él. Como siempre.

Te voy a querer siempre, hasta que todo este mundo y todas las señales y todo el universo dejen de existir.

sábado, 23 de febrero de 2013

La última noche.

Voy a (d)escribirte porque quizás sea la última noche que pueda hacerlo. Quizás la próxima vez sólo puedas no-leer un 'adiós'. Depende de ti y de mí y nunca de nosotros. ¿Y si no apareces? Todavía no comprendo que la palabra 'adiós' exista en esta relación que no está caducada, está congelada. Ya sabes, lo congelado no puede caducar. Por eso tengo frío, por eso soy de hielo: para no caducar nunca. Y si me acerco a ti ardo y fuera llueve. Y no puedo escuchar tus canciones por si me vuelvo a enamorar. Sería una locura. 

¿Te das cuenta? Te estoy diciendo que quizás sea la última noche que escriba sobre ti. Llevo años haciéndolo y de repente... Ni siquiera desconocidos que se conocen muy bien, ni siquiera nada. 

No sé cómo voy a resistirme a dejar de hablar sobre tu pelo castaño, tus manos finas y redondas, tu espalda suave, tus dientes tan pequeños, tus pestañas infinitas, tus ojos verdes y esa forma de pasarte el dedo índice sobre ellos cuando tienes sueño. Tu forma de echarte hacia delante, de sentarte en la silla, tu letra redonda y separada, tus canciones... tus canciones. Y cómo olía tu habitación o tu perfume o tu ropa. O tu armario o tu cama o tu almohada, tu jodida almohada. 

Y nuestro febrero. Nuestra entrada al cine. También había un parque y una plaza. Una plaza a oscuras, con pequeños portales, vecinos con perros, bancos, música, árboles. En frente de una iglesia. No sé qué iglesia es, ni siquiera recuerdo el nombre de la plaza. ¿Plaza Pilatos? Sí. Es realmente increíble pero es la primera vez que me acuerdo de su nombre. Ni siquiera sabrás de qué te hablo y me parece bien, al menos uno de los dos se ha salvado. Hace poco pasé por allí. Y cuando digo hace poco me refiero a hace algo más de una semana. Era 14, qué jodida casualidad. En realidad sí. O no. Ya no sé qué pensar de las casualidades. No termino de entenderlas, ¿existen o no? Qué más da, si tú no estás. Cuando tú no estás nada importa. Típico, lo sé pero es cierto. Tan cierto que no podría llegar a explicártelo. 

Siempre he querido saber cómo me recuerdas. Cómo recuerdas todo esto. Si para ti también fue la historia o sólo una historia. Saber si cuentas tu vida a partir de ahí, si es el punto inicial para todo. Como si todo lo de antes no tuviese ningún tipo de importancia. Así es para mí. Todo empezó ese año, lo demás no es nada. No recuerdo nada de lo anterior. Todo empieza ahí, el nuevo comienzo. La historia. Hace unos meses hubiese jurado que me recuerdas cada día antes de dormir y que siempre iba a estar dentro de ti. Ahora ni siquiera sé si piensas en mí cuando escuchas mi nombre o ves mi inicial o ves nuestro número o llega febrero o el treinta y uno de diciembre o paseas por esas calles o gritas en un banco o miras las nubes y buscas las formas o miras la luna o vas a la playa y duermes en la arena o cuando haces el amor o besas alguien o intentas querer y no puedes o lo que sea. Quiero saber si te acuerdas de todo lo que yo recuerdo, si para ti fue una vida entera, si puede haber algo que lo supere o fue insuperable. Si eres capaz de querer. Yo te quise de verdad. Te quise tanto que no sé no quererte. Y es horrible. 

Y nos quedamos sin pisar París, ni Venecia, ni Roma, ni Nueva York, ni San Francisco, ni Londres ni todo ese mundo que íbamos a recorrer. El ático del centro, los niños, ¿qué será de los niños? ¿Y de mí? Quiero salvarte o que me salves.

Eres la única persona que puede salvarme y necesito que lo hagas antes de que sea tarde. Necesito que me salves, que me saques de aquí, que me encuentres. ¿Y si llega alguien que no eres tú? ¿Entonces qué? Nunca habré sido salvada y siempre tendré esos aires fatalistas que no soporto. Y todo porque tú no me quisiste salvar... 

¿Qué hago sin ti? Beber de más, querer de menos. Perderme otra noche en cualquier estúpido lugar. Besar el frío. Y nadie me encuentra. ¿Sabes qué suelen hacer conmigo? Llegan, me cuentan una historia que ni siquiera existe, me quieren besar y me dicen que casi me quieren o que me quieren o que soy especial, me hablan, se ríen, me intentan coger la mano, vuelve la persona que había anteriormente en sus vidas (o llega alguien mejor) y se van. Adiós. Es la historia de siempre con diferentes personajes. Y siempre ahí, en el centro de todo y sin entender nada. Desaparecen, sí, de repente. Ni siquiera avisan. Llevo más de tres historias así. Y la verdad es que al principio llega una pequeña angustia que presiona cada rincón de mi cuerpo pero desaparece rápidamente. Y eso está bien, supongo. El caso es que nunca estoy a la altura y tú me haces sentir que se puede superar a la Luna. 

Y la superamos, claro que lo hicimos. Y cogimos cometas y viajamos en asteroides y tus famosos lunares eran planetas por descubrir y vivíamos allí. Estabas lleno de lunares y yo estaba enamorada de ellos y volvería a caer. Tropezaría con ellos como con tu piedra. Quizás si yo tuviera más lunares tú también podrías tropezarte con ellos o conmigo y estarías aquí y yo no estaría pensando que quizás esta sea la última vez que me dirija a ti. Pero no aparezcas, por favor. Ni siquiera el miércoles de abril. Ni siquiera un miércoles cualquiera. 

No puedo soportar la idea de que vayas a estar siempre sin estar. No puedo pensar que estás ahí si te necesito porque te necesito siempre. Te necesito cada puto día que pasa. Cada noche que me meto entre las sábanas más frías que yo y te necesito cada mañana cuando entran rayos de sol entre las rendijas de la persiana y te necesito cuando diluvia ahí fuera y hay tormenta y no tengo dónde esconderme. Y te necesito cuando quiero llorar y cuando quiero llamar a alguien y cuando quiero ver una película y cuando tengo que dar un jodido paseo con el perro y te necesito cuando me subo al autobús y cuando me voy de viaje y cuando paso por tu calle. Cuando paso por tu puta calle y alzo la vista para mirar tu puto balcón y si tengo suerte estás por ahí y nunca estás y la luz de tu portal siempre está apagada y nunca bajas las putas escaleras cuando paso por ahí. Nunca. Nunca estás. Siempre estás sin estar y estoy harta de esa sensación. 

Te me escapas de las manos. Y no puedo pararte. Mi habitación no huele a ti. He quitado tu foto. No sé por qué lo he hecho, sentía que no era su lugar. Tus canciones, otra vez. 

23 de febrero. La última noche. O la primera noche, como el libro. 
"Después de hacer el amor te quedaste dormida; las persianas de la habitación estaban entreabiertas; sentado, yo te miraba escuchando tu respiración tranquila. Veía en tu espalda cicatrices que el tiempo nunca borraría. [...]"
Tampoco me creo que sea casualidad que haya momentos de este libro que me recuerden tanto a ti. Justo con ese título. Estás hasta en la literatura que no conoces. Hasta los escritores necesitan contar tu historia y hablar de tu respiración y de tus labios.
"Dicen que los lugares conservan la memoria de los instantes que vivieron quienes allí se amaron, quizás sólo sea una locura, pero esta mañana necesito creer en ello."
Yo necesito creer en ello cada día, necesito creer que cada lugar que recorres lleva mi nombre para ti. Y que las iniciales de la pared no se han borrado.

Y dime, ¿qué es peor? ¿Que sea la última noche o que esto no termine nunca?

Recuérdame.

jueves, 21 de febrero de 2013

Te odio a morir.

[...] Nuestra máquina respira mientras arde la ciudad. Yo me escapo de puntillas. Yo te quise de verdad. Yo me arranco la semilla para dártela a probar. Yo conozco tus canciones aunque luego no las pueda oír. Yo me escondo en los rincones, paso las mañanas por ahí, pensando en ti. 

París no queda tan lejos.

Querido J. C., 


¿Qué le explico? Un día leí una de sus frases que decía algo como que todo dura siempre un poco más de lo que debería.

Y, créame, no sabe la razón que tenía. El caso es que cada vez que ocurre algo pienso en esa frase y me pregunto si no debería haber terminado todo antes (a veces también pienso que por qué ha terminado).
Le diría que me siento un poco Maga pero soy más Oliveira que otra cosa y eso me aterra. No sé por qué tuvo que inventar a ese personaje, cada vez que leo sus frases siento que me está retratando y es horrible. Y no porque deteste sus escritos sino porque aparezco como un personaje cínico, un tanto escéptico, que quiere querer y no sabe, que sólo necesita su propio mundo y que está solo (sobre todo que está solo).

Y mira que usted intenta explicar qué es la soledad pero no consigo entenderla.
Le diré algo: si hubiésemos coincidido en la misma época yo hubiese sido más Maga y usted más Oliveira. Siempre he querido una historia que contar y nunca he tenido una. Y siento que la suya es un poco mía y que la imposibilidad de estar dentro de ella hace que sea más mía y menos distante.

Hace poco tuve que admitir a alguien (no sé si muy cercano o muy lejano, los extremos confunden) que era peor ser destructiva que destruida. Y sí, está en lo cierto: yo formo parte del primer grupo. Y su novela, a veces, me enseña que la (auto)destrucción no es tan espeluznante como la pintan. Destruir también es bonito, creas cosas nuevas. No sabes todas las nuevas personas a las que he creado (creo que incluso han nacido monstruos).

No sé por qué le digo todo esto, no sólo porque se trate de usted sino porque le estoy escribiendo a un muerto (con perdón); aunque ya  lo hice más veces.
Sin embargo, tras leer todo ese romanticismo, tras tener grabadas a fuego sus grandiosas frases y tras soñar que con una rayuela se puede llegar al cielo; se fue sin explicarme una cosa: ¿cómo se supera a alguien? Y, mire, no hablo de olvidar. Hablo de superar. Superar conlleva saber vivir sin alguien, tener una vida propia y no destruir a los demás. Significa ser destruida. Me horroriza no volver a enamorarme y no por el hecho de ir en contra de la sociedad (todos tienen miedo a enamorarse, yo tengo miedo a no poder hacerlo), es simplemente que no volver a enamorarme significa que existe una incapacidad para superar a alguien. Eso me aterra.

Deje de mirarme así y dígame que fue feliz con la Maga.

Hasta pronto, T.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Creo que hacía años que no me sentía tan sola. (Y cuando digo sentir me refiero a estar.)

lunes, 18 de febrero de 2013

Febrero.

Haremos una cosa: si en siete días no tengo noticias sobre ti dejarás de existir. Si las tengo, será un ficticio domingo astromántico. 


Y seguirás siendo nombrando entre líneas.

jueves, 14 de febrero de 2013

El día del sofá.

"Me tienes harta. Siempre igual. Estás en cada puta esquina por donde no hemos pasado. Y todas las malditas noches apareces, así, tan tranquilo. Como quien no quiere la cosa. ¿En qué quedamos? Desaparece, lárgate. Deja de pensar en mí y así yo dejo de pensar en ti. No, mejor: demuéstrame que realmente no te acuerdas de mí. Que el día del sofá ha desaparecido, que ya no recuerdas nada de aquel «me voy a quedar siempre»
 o «no me voy a ir, tranquila». Y ahora me río o me callo y te doy la razón. O todas las veces que hemos admitido que estamos sin estar. ¿Cómo se está sin estar? Yo estoy, ya me ves. Te escribo cada vez que me acuerdo de tu pelo y te describo y te pienso y te hablo sin hablarte y paso por tu portal y me siento y no apareces y me voy antes de que lo hagas. Estoy y lo sabes. Pero tú... siempre tan ausente. Incluso cuando me mirabas, siempre tan ido. 
Pero tú siempre igual. Ahí, sin moverte, como si no pasara nada delante de ti. Y yo me creo que cuando me fui tu mundo se paró y dejaste de vivir y. Pero no fue así, claro que no. Qué estupidez. Míranos. Al final ha sido lo que no creíamos que sería. Yo sin mundo y tú con dos. Y me da la sensación de que me has cambiado por alguien mejor, es jodido. Me refiero a eso de que te sustituyan. Y tú crees saberlo pero no tienes ni puta idea. No puedes saberlo, nadie puede sustituirte, es como si... como si fuera imposible superarte o, simplemente, igualarte. Y eso duele. Y no sólo a mí. También le duele a todas esas personas que intentaron ser como tú (y han sido varios). Y, bueno, no te digo cuánto me destroza a mí. Poco a poco. Canción a canción. Necesito que seas menos, que todo sea menos. Y que desaparezcas. Que dejes de existir. Ni una palabra más para ti. Ni una más. Por favor."